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Dona Marina, Cortes’ Translator: Personal Account, Bernal Díaz del Castillo

Annotation

Perhaps the most famous 16th-century portrayal of doña Marina, this description is also the most extensive from the period. Díaz del Castillo claims she was beautiful and intelligent, she could speak Nahuatl and Maya. Without doña Marina, he says, the Spaniards could not have understood the language of Mexico. These words, while evocative, were written decades after Díaz del Castillo marched with Cortés on Tenochtitlan, and thus represent both his memory of doña Marina and his reply to accounts of the conquest written and published by others.

Source: Díaz del Castillo, Bernal. Chap. 22-23 in The Discovery and Conquest of Mexico, 1517-1521. 1585. Translated by A. P. Maudsley. New York: The Noonday Press, 1965.

This source is a part of the Doña Marina, Cortés' Translator teaching module.

Text

CAPÍTULO XXXVI
CÓMO VINIERON TODOS LOS CACIQUES Y CALACHONIS DEL RÍO GRIJALVA,Y TRAJERON UN PRESENTE Y LO QUE SOBRE ELLO PASÓ
Otro día de mañana, que fueron a quince días del mes de marzo de mil quinientos diez y nueve años, vinieron muchos caciques y principales de aquel pueblo de Tabasco, y de otros comarcanos, haciendo mucho acato a todos nosotros,y trajeron un presente de oro, que fueron cuatro diademas y una largatijas, y dos como perrillos y orejeras, y cinco ánades, y dos figuras de caras de indios, y dos suelas de oro como de sus cotaras, y otras cosillas de poco valor, que ya no me acuerdo qué tanto valían. Y trajeron mantas de las que ellos hacían, que son muy bastas, porque ya habrán oído decir los que tienen noticia de aquella provincial que no las hay en aquella tierra sino de poca valía. Y no fue nada todo este presente en comparación de veinte mujeres, y entre ellas una muy excelente mujer que se dijo doña Marina, que así se llamó después de vuelta cristiana. Y dejaré esta plática y de hablar de ella y de las demás mujeres que trajeron, y diré que Cortés recibió aquel presente con alegría y se apartó con todos los caciques y con Aguilar, el intérprete, a hablar; y les dijo que por aquello que traían se lo tenía a gracia, mas que una cosa les rogaba: luego mandasen poblar aquel pueblo con toda su gente y mujeres e hijos, y que dentro en dos días le quiere ver poblado, y que en esto conocerá tener verdadera paz. Y luego los caciques mandaron llamar todos los vecinos, y con sus hijos y mujeres en dos días se pobló; y lo otro que les mandó, que dejasen sus ídolos y sacrificios, y respondieron que así lo harían; y les declaramos con Aguilar, lo major que Cortés pudo, las cosas tocantes a nuestra santa fe, y cómo éramos cristianos y adorábamos en un solo Dios verdadero, y se les mostró una imagen muy devota se Nuestra Señora con su hijo precioso en los brazos, y se les declare que en aquella santa imagen reverenciamos, porque así está en el cielo y es madre de Nuestro Señor Dios.
Y los caciques dijeron que les parecía muy bien aquella gran tececiguata, y que se la diesen para tener en su pueblo, porque a las grandes señoras en aquellas tierras, en su lengua, llaman tececiguatas. Y dijo Cortés que si daría, y les mandó hacer un buen altar, bien labrado, el cual luego hicieron. Y otro día de mañana mandó Cortés a dos de nuestros carpinteros de lo blanco, que se decían Alonso Yáñez y álvaro López, que luego labrasen una cruz muy alta, y después de haber mandado todo esto, les dijo qué fue la causa que nos dieron guerra, tres veces requiriéndoles con la paz. Y respondieron que ya habían demandado perdón de ello y estaban perdonados, y que el cacique de Champotón, su hermano, se lo aconsejó, y porque no le tuviesen por cobarde, y porque no se lo reñían y deshonraban, y porque no nos dio guerra cuando la otra vez vino otro capitán con cuatro navíos, y, según parece, decíalo por Juan de Grijalva, también que el indio que traíamos por lengua, que se huyó una noche, se lo aconsejó, y que de día y de noche nos diesen guerra. Y luego Cortés les mandó que en todo caso se lo trajesen, y dijeron que como les vio que en la batalla no les fue bien, que se les fue huyendo, y que no sabían de él y aunque le han buscado; y supimos que le sacrificaron, pues tan caro les costó sus consejos. Y más les preguntó de qué parte traían oro y aquellas joyezuelas; respondieron que hacia donde se pone el sol, y decían “Culúa” y “México”, y como no sabíamos qué cosa era México ni Culúa, dejábamoslo pasar por alto. Y allí traíamos otra lengua que se decía Francisco, que hubimos cuando lo de Grijalva, ya otra vez por mí memorado, más no entendía poco ni mucho la de Tabasco, sino la de Culúa, que es la mexicana, y medio por señas dijo a Cortés que Culúa era muy adelante, y nombraba México y no lo entendimos.
Y en esto cesó la plática hasta otro día, que se puso en el altar la santa imagen de Nuestra Señora y la cruz, la cual todos adoramos, y dijo misa el padre fray Bartolomé de Olmedo; y estaban todos los caciques y principales delante, púsose nombre a aquel pueblo Santa María de la Victoria, y así se llama a la villa de Tabasco. Y el mismo fraile, con nuestra lengua, Aguilar, predicó a las veinte indias que nos presentaron muchas buenas cosas de nuestra santa fe, y que no creyesen en los ídolos que de antes creían, que eran malos y no eran dioses, ni más les sacrificasen, que las traían engañadas, y adorasen en Nuestro Señor Jesucristo. Y luego se bautizaron, y se puso por nombre doña Marina [a] aquella india y señora que allí nos dieron, y verdaderamente era gran cacica e hija de grandes caciques y señora de vasallos, y bien se le parecía en su persona; lo cual dire adelante cómo y de qué manera fue allí traída. Y las otras mujeres no me acuerdo bien de todos sus nombres, y no hace al caso nombrar algunas; mas éstas fueron las primeras cristianas que hubo en la Nueva España, y Cortés les repartió a cada capitán la suya, y a esta doña Marina, como era de buen parecer y entremetida y desenvuelta, dio a Alonso Hernándes Puerto Carrero, que ya he dicho otra vez que era muy buen caballero, primo del conde de Medellín, y después que fue a Castilla Puerto Carrero estuvo la doña Marina con Cortés, y hubo en ella un hijo que se dijo don Martín Cortés.
En aquel pueblo estuvimos cinco días, así porque se curaran las heridas como por los que estaban con dolor de lomos, que allí se les quitó, y demás de esto, porque Cortés siempre atraía con buenas palabras a todos los caciques, y les dijo cómo el emperador nuestro señor, cuyos vasallos somos, tiene a su mandar muchos grandes señores, y que es bien que ellos le den la obediencia, y que en lo que hubieren menester, así favor de nosotros o cualquiera cosa, que se lo hagan saber donde quiera que estuviésemos, que él les vendrá a ayudar. Y todos los caciques les dieron muchas gracias por ello, y allí se otorgaron por vasallos de nuestro gran emperador; y éstos fueron los primeros vasallos que en la Nueva España dieron la obediencia a Su Majestad.
Y luego Cortés les mandó que para otro día, que era Domingo de Ramos, muy de mañana viniesen al altar con sus hijos y mujeres para que adorasen la santa imagen de Nuestra Señora y la cruz, y asimismo les mandó que viniesen luego seis indios carpinteros y que fuesen con nuestros carpinteros y que en el pueblo de Zintla, adonde nuestro Señor Dios fue servido darnos aquella Victoria de la batalla pasada, por mí memoranda, que hiciesen una cruz en un árbol grande que allí estaba, que entre ellos llamaban ceiba, e hiciéronla en aquel árbol a efecto que durase mucho, que con la corteza que suele reverdecer está siempre la cruz señalada. Hecho esto mandó que aparejasen todas las canoas que tenían para ayudarnos a embarcar, porque luego aquel santo día nos queríamos hacer a la vela, porque en aquella sazón vinieron dos pilotos a decir a Cortés que estaban a gran riesgo los navíos por la mar del norte, que es travesía. Y otro día, muy de mañana, vinieron todos los caciques y principales con todas la canoas y sus mujeres e hijos, y estaban ya en el patio donde teníamos la iglesia y cruz y muchos ramos cortados para andar en procession. Y desde que los caciques vimos juntos, así Cortés y capitanes y todos a una con gran devoción anduvimos una muy devota procession, y el padre de la Merced y Juan Díaz, el clérigo, revestidos, y se dijo misa, y adoramos y besamos la santa cruz, y los caciques e indios mirándonos. Y hecha nuestra solemne fiesta según el tiempo, vinieron los principales y trajeron a Cortés hasta diez gallinas y pescado y otras legumbres, y nos despedimos de ellos y siempre Cortés encomendándoles la santa imagen y santas cruces, y que las tuviesen muy limpias y barridas, y enramado y que las reverenciasen y hallarían salud y buenas sementeras. Y después de que era ya tarde nos embarcamos, y otro día por la mañana nos hicimos a la vela, y con buen viaje navegamos y fuimos la vía de San Juan de Ulúa, y siempre muy juntos a tierra.
Y yendo navegando con buen tiempo, decíamos a Cortés los que sabíamos aquella derrota: “Señor, allí queda la Rambla”, que en lengua de indios se dice Ayagualulco. Y luego que llegamos en el paraje de Tonala, que se dice San Antón, se lo señalábamos; más adelante le mostrábamos el gran río de Guazaqualco; y vio las muy altas sierras nevadas; y luego las sierras de San Martín, y más adelante le mostramos la roca partida, que es unos grandes peñascos que entran en la mar y tienen una señal arriba como manera de silla; y más adelante le mostramos el río de Alvarado, que cuando lo de Grijalva; y luego vimos el río de Banderas, que fue donde rescatamos los diez y seis mil pesos, y luego le mostramos la isla Blanca, y también le dijimos adonde quedaba la isla Verde; y junto a la tierra vio la isla de Sacrificios, donde hallamos los altars, cuando lo de Grijalva, y los indios sacrificados; y luego en buena hora llegamos a San Juan de Ulúa, jueves de la Cena, después de mediodía. Y acuérdome que se llegó un caballero, que se decía Alonso Hernándes Puerto Carrero, y dijo a Cortés: “Paréceme, señor, que os han venido diciendo estos caballeros que han venido otras dos veces a estas tierras:
Cata Francia, Montesinos;
Cata París, la ciudad:
Cata las aguas del Duero
Do van a dar en el mar.
Yo digo que mire las tierras ricas, y sabeos bien gobernar.” Luego Cortés bien entendió a qué fin fueron aquellas palabras dichas, y respondió: “Denos Dios ventura en armas, como al paladín Toldán, que en lo demás, teniendo a vuestra merced, y a otros caballeros por señores, bien me sabré entender.” Y dejémoslo, y no pasemos de aquí. Y esto es lo que pasó, y Cortés no entró en el río de Alvarado, como lo dice Gómara.
CAPíTULO XXXVII
CóMO DOñA MARINA ERA CACICA, E HIJA DE GRANDES SEñORES, Y SEñORA DE PUEBLOS Y VASALLOS, Y DE LA MANERA QUE FUE TRAíDA A TABASCO
Antes que más meta la mano en lo del gran Montezuma y su gran México y mexicanos, quiero decir lo de doña Marina, cómo desde su niñez fue gran señora y cacica de pueblos y vasallos; y es de esta manera: Que su padre y madre eran señores y caciques de un pueblo que se dice Painala, y tenía otros pueblos sujetos a él, obra de ocho leguas de la villa de Guazacualco; y murió el padre quedando muy niña, y la madre se casó con otro cacique mancebo, y hubieron un hijo, y según pareció, queríanlo bien al hijo que habían habido; acordaron entre el padre y la madre de darle el cacicazgo después de sus días, y porque en ello no hubiese estorbo, dieron de noche a la niña doña Marina a unos indios de Xicalango, porque no fuese vista, y echaron fama de que se había muerto. Y en aquella sazón murió una hija de una india esclava suya y publicaron que era la heredera; por manera de los de Xicalango la dieron a los de Tabasco, y los de Tabasco a Cortés. Y conocí a su madre y a su hermano de madre, hijo de la vieja, que era ya hombre y mandaba juntamente con la madre a su pueblo, porque el marido postrero de la vieja ya era fallecido. Y después de vueltos cristianos se llamó la vieja Marta y el hijo Lázaro, y esto sélo muy bien, porque en el año de mil quinientos veinte y tres años, después de conquistado México y otras provincias, y se había alzado Cristóbal de Olid en las Hibueras, fue Cortés allí y pasó por Guazacualco. Fuimos con él aquel viaje toda la mayor parte de los vecinos de aquella villa, como diré en su tiempo y lugar; y como doña Marina en todas las guerras de la Nueva España y Tlaxcala y México fue tan excelente mujer y Buena lengua, como adelante diré, a esta causa le traía siempre Cortés consigo. Y en aquella sazón y viaje se casó con ella un hidalgo que se decía Juan Jaramillo, en un pueblo que se decía Orizaba, delante ciertos testigos, que uno de ellos se decía Aranda, vecino que fue de Tabasco; y aquél contaba el casamiento, y no como lo dice el coronista Gómara. Y la doña Marina tenía mucho ser y mandaba absolutamente entre los indios en toda la Nueva España.
Y estando Cortés en la villa de Guazacualco, envió a llamar a todos los caciques de aquella provincial para hacerles un parlamiento acerca de la santa doctrina, y sobre su buen tratamiento, y entonces vino la madre de doña Marinay su hermano de madre, Lázaro, con otros caciques. Días había que me había dicho la doña Marina que era de aquella provincial y señora de vasallos, y bien lo sabía el capitán Cortés y Aguilar, la lengua. Por manera que vino la madre y su hijo, el hermano, y se conocieron, que claramente era su hija, porque se le parecía mucho. Tuvieron miedo de ella, que creyeron que los enviaba [a] hallar para matarlos, y lloraban. Y como así los vio llorar la doña Marina, les consoló y dijo que no hubiesen miedo, que cuando la traspuesieron con los de Xicalango que no supieron lo que hacían, y se los perdonaba, y les dio muchas joyas de oro y ropa, y que se volviesen a su pueblo; y que Dios la había hecho much amerced en quitarla de adorer ídolos ahora y ser cristiana, y tener un hijo de su amo y señor Cortés, y ser casada con un caballero como era su marido Juan Jaramillo; que aunque la hicieran cacica de todas cuantas provincias había en la Nueva España, no lo sería, que en más tenía servir a su marido y a Cortés que cuanto en el munso hay. Y todo esto que digo sélo yo muy certificadamente, y esto me parece que quiere remedar lo que le acaeció con sus hermanos en Egipto a Josef, que vinieron en su poder cuando lo del trigo. Esto es lo que pasó y no la relación que dieron a Gómara, y también dice otras cosas que dejo por alto. Y volviendo a nuestra material, doña Marina sabía la lengua de Cuazacualco, que es la propia de México, y sabía la de Tabasco, como Jerónimo Aguilar sabía la de Yucatán y Tabasco, que es toda una; entendíanse bien, y Aguilar lo declaraba en castellano a Cortés; fue gran prinicipio para nuestra conquista, y así se nos hacían todas las cosas, loado sea Dios, muy prósperamente. He querido declarar esto porque sin ir doña Marina no podíamos entender la lengua de la Nueva España y México. Donde lo dejaré y volveré a decir cómo nos desembarcamos en el Puerto de San Juan de Ulúa.

Translation

Early the next morning many Caciques and chiefs of Tabasco and the neighbouring towns arrived and paid great respect to us all, and they brought a present of gold, consisting of four diadems and some gold lizards, and two [ornaments] like little dogs, and earrings and five ducks, and two masks with Indian faces and two gold soles for sandals, and some other things of little value. I do not remember how much the things were worth; and they brought cloth, such as they make and wear, which was quilted stuff.
This present, however, was worth nothing in comparison with the twenty women that were given us, among them one very excellent woman called Doña Marina, for so she was named when she became a Christian. Cortés received this present with pleasure and went aside with all the Caciques, and with Aguilar, the interpreter, to hold converse, and he told them that he gave them thanks for what they had brought with them, but there was one thing that he must ask of them, namely, that they should re-occupy the town with all their people, women and children, and he wished to see it repeopled within two days, for he would recognize that as a sign of true peace. The Caciques sent at once to summon all the inhabitants with their women and children and within two days they were again settled in the town.
One other thing Cortés asked of the chiefs and that was to give up their idols and sacrifices, and this they said they would do, and, through Aguilar, Cortés told them as well as he was able about matters concerning our holy faith, how we were Christians and worshipped one true and only God, and he showed them an image of Our Lady with her precious Son in her arms and explained to them that we paid the greatest reverence to it as it was the image of the Mother of our Lord God who was in heaven. The Caciques replied that they liked the look of the great Teleciguata (for in their language great ladies are called Teleciguatas) and [begged] that she might be given them to keep in their town, and Cortés said that the image should be given to them, and ordered them to make a well-constructed altar, and this they did at once.
The next morning, Cortés ordered two of our carpenters, named Alonzo Yañez and Alvaro López, to make a very tall cross.
When all this had been settled Cortés asked the Caciques what was their reason for attacking us three times when we had asked them to keep the peace; the chief replied that he had already asked pardon for their acts and had been forgiven, that the Cacique of Champoton, his brother, had advised it, and that he feared to be accused of cowardice, for he had already been reproached and dishonoured for not having attacked the other captain who had come with four ships (he must have meant Juan de Grijalva) and he also said that the Indian whom we had brought as an Interpreter, who escaped in the night, had advised them to attack us both by day and night.
Cortés then ordered this man to be brought before him without fail, but they replied that when he saw that the battle was going against them, he had taken to flight, and they knew not where he was although search had been made for him; but we came to know that they had offered him as a sacrifice because his counsel had cost them so dear.
Cortés also asked them where they procured their gold and jewels, and they replied, from the direction of the setting sun, and said “Culua” and “Mexico,” and as we did not know what Mexico and Culua meant we paid little attention to it.
Then we brought another interpreter named Francisco, whom we had captured during Grijalva’s expedition, who has already been mentioned by me but he understood nothing of the Tabasco language only that of Culua which is the Mexican tongue. By means of signs he told Cortés that Culua was far ahead, and he repeated “Mexico” which we did not understand.
So the talk ceased until the next day when the sacred image of Our Lady and the Cross were set up on the altar and we all paid reverence to them, and Padre Fray Bartolomé de Olmedo said mass and all the Caciques and chiefs were present and we gave the name of Santa Maria de la Victoria to the town, and by this name the town of Tabasco is now called. The same friar, with Aguilar as interpreter, preached many good things about our holy faith to the twenty Indian women who had been given us, and immediately afterwards they were baptized. One Indian lady, who was given to us here was christened Doña Marina, and she was truly a great chieftainess and the daughter of great Caciques and the mistress of vassals, and this her appearance clearly showed. Later on I will relate why it was and in what manner she was brought here.
Cortés allotted one of the women to each of his captains and Doña Marina, as she was good looking and intelligent and without embarrassment, he gave to Alonzo Hernández Puertocarrero. When Puertocarrero went to Spain, Doña Marina lived with Cortés, and bore him a son named Don Martin Cortés.
We remained five days in this town, to look after the wounded and those who were suffering from pain in the loins, from which they all recovered. Furthermore, Cortés drew the Caciques to him by kindly converse, and told them how our master the Emperor, whose vassals we were, had under his orders many to render him obedience, and that then, whatever they might be in need of, whether it was our protection or any other necessity, if they would make it known to him, no matter where he might be, he would come to their assistance.
The Caciques all thanked him for this, and thereupon all declared themselves the vassals of our great Emperor. These were the first vassals to render submission to His Majesty in New Spain.
Cortés then ordered the Caciques to come with their women and children early the next day, which was Palm Sunday, to the altar, to pay homage to the holy image of Our Lady and to the Cross, and at the same time Cortés ordered them to send six Indian carpenters to accompany our carpenters to the town of Cintla, there to cut a cross on a great tree called a Ceiba, which grew there, and they did it so that it might last a long time, for as the bark is renewed the cross will show there for ever. When this was done he ordered the Indians to get ready all the canoes that they owned to help us to embark, for we wished to set sail on that holy day because the pilots had come to tell Cortés that the ships ran a great risk from a Norther which is a dangerous gale.
The next day, early in the morning, all the Caciques and chiefs came in their canoes with all their women and children and stood in the court where we had placed the church and cross, and many branches of trees had already been cut ready to be carried in the procession. Then the Caciques beheld us all, Cortés, as well as the captains, and every one of us marching together with the greatest reverence in a devout procession, and the Padre de la Merced and the priest Juan Díaz, clad in their vestments, said mass, and we paid reverence to and kissed the Holy Cross, while the Caciques and Indians stood looking on at us.
When our solemn festival was over the chiefs approached and offered Cortés ten fowls and baked fish and vegetables, and we took leave of them, and Cortés again commended to their care the Holy image and the sacred crosses and told them always to keep the place clean and well swept, and to deck the cross with garlands and to reverence it and then they would enjoy good health and bountiful harvests.
It was growing late when we got on board ship and the next day, Monday, we set sail in the morning and with a fair wind laid our course for San Juan de Ulua, keeping close in shore all the time.
As we sailed along in fine weather, we soldiers who knew the coast would say to Cortés, “Señor, over there is La Rambla, which the Indians call Ayagualulco,” and soon afterwards we arrived off Tonalá which we called San Antonio, and we pointed it out to him. Further on we showed him the great river of Coatzacoalcos, and he saw the lofty snow capped mountains, and then the Sierra of San Martin, and further on we pointed out the split rock, which is a great rock standing out in the sea with a mark on the top of it which gives it the appearance of a seat. Again further on we showed him the Rio de Alvarado, which Pedro de Alvarado entered when we were with Grijalva, and then we came in sight of the Rio de Banderas, where we had gained in barter the sixteen thousand dollars, then we showed him the Isla Blanca, and told him where lay the Isla Verde, and close in shore we saw the Isla de Sacrificios, where we found the altars and the Indian victims in Grijalva’s time; and at last our good fortune brought us to San Juan de Ulúa soon after midday on Holy Thursday.
†XXIII
Before telling about the great Montezuma and his famous City of Mexico and the Mexicans, I wish to give some account of Doña Marina, who from her childhood had been the mistress and Cacica of towns and vassals. It happened in this way:
Her father and mother were chiefs and Caciques of a town called Paynala, which had other towns subject to it, and stood about eight leagues from the town of Coatzacoalcos. Her father died while she was still a little child, and her mother married another Cacique, a young man, and bore him a son. It seems that the father and mother had a great affection for this son and it was agreed between them that he should succeed to their honours when their days were done. So that there should be no impediment to this, they gave the little girl, Doña Marina, to some Indians from Xicalango, and this they did by night so as to escape observation, and they then spread the report that she had died, and as it happened at this time that a child of one of their Indian slaves died they gave out that it was their daughter and the heiress who was dead.
The Indians of Xicalango gave the child to the people of Tabasco and the Tabasco people gave her to Cortés. I myself knew her mother, and the old woman’s son and her half-brother, when he was already grown up and ruled the town jointly with his mother, for the second husband of the old lady was dead. When they became Christians, the old lady was called Marta and the son Lázaro. I knew all this very well because in the year 1523 after the conquest of Mexico and the other provinces, when Crist’obal de Olid revolted in Honduras, and Cortés was on his way there, he passed through Coatzacoalcos and I and the greater number of the settlers of that town accompanied him on that expedition as I shall relate in the proper time and place. As Doña Marina proved herself such an excellent woman and good interpreter throughout the wars in New Spain, Tlaxcala and Mexico (as I shall show later on) Cortés always took her with him, and during that expedition she was married to a gentleman named Juan Jaramillo at the town of Orizaba.
Doña Marina was a person of the greatest importance and was obeyed without question by the Indians throughout New Spain.
When Cortés was in the town of Coatzacoalcos he sent to summon to his presence all the Caciques of that province in order to make them a speech about our holy religion, and about their good treatment, and among the Caciques who assembled was the mother of Doña Marina and her half-brother, Lázaro.
Some time before this Doña Marina had told me that she belonged to that province and that she was the mistress of vassals, and Cortés also knew it well, as did Aguilar, the interpreter. In such a manner it was that mother, daughter and son came together, and it was easy enough to see that she was the daughter from the strong likeness she bore to her mother.
These relations were in great fear of Doña Marina, for they thought that she had sent for them to put them to death, and they were weeping.
When Doña Marina saw them in tears, she consoled them and told them to have no fear, that when they had given her over to the men from Xicalango, they knew not what they were doing, and she forgave them for doing it, and she gave them many jewels of gold and raiment, and told them to return to their town, and said that God had been very gracious to her in freeing her from the worship of idols and making her a Christian, and letting her bear a son to her lord and master Cortés and in marrying her to such a gentleman as Juan Jaramillo, who was now her husband. That she would rather serve her husband and Cortés than anything else in the world, and would not exchange her place to be Cacica of all the provinces in New Spain.
Doña Marina knew the language of Coatzacoalcos, which is that common to Mexico, and she knew the language of Tabasco, as did also Jerónimo de Aguilar, who spoke the language of Yucatan and Tabasco, which is one and the same. So that these two could understand one another clearly, and Aguilar translated into Castilian for Cortés.
This was the great beginning of our conquests and thus, thanks be to God, things prospered with us. I have made a point of explaining this matter, because without the help of Doña Marina we could not have understood the language of New Spain and Mexico.

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"Dona Marina, Cortes’ Translator: Personal Account, Bernal Díaz del Castillo," in World History Commons, https://worldhistorycommons.org/dona-marina-cortes-translator-personal-account-bernal-diaz-del-castillo [accessed November 21, 2024]